Me duele un hombro y las piernas; me di un estrallón; tuve que buscar un tubo largo para “punchar” un pino; y, además, tengo un par de dedos “quemados” por el nylon… es que ayer (inicio de Semana Santa), estaba volando chichiguas con mis sobrinos. Debo decir, que dado que la mecánica automotriz y la ingeniería de patio me acompañaron desde niño, lo lógico era que, además de hacer explotar las cosas, me gustara hacerlas despegar del suelo: a los ocho o nueve años llegué a mandar un lagarto casi al espacio (así lo veía yo, aunque hoy se que le faltaron algunos miles de metros… pero, llegó lo más lejos que pudo llegar en la vida… hasta que la “varilla” (cohete) explotó (R.I.P. “comandante lagarto”).
En fin, llega un momento en que la pólvora se vuelve peligrosa (en manos de un niño “inquieto”) y entonces los padres nos educan sobre otras cosas más saludables para la familia y los vecinos (menos peligroso… para ellos) y así tomamos la clase elemental del helicóptero de maíz: una pluma de gallina o gallo (correteé un par de gallinas por esas plumas), insertada en el centro de media tusa de maíz; usted la tira con todas sus fuerzas al cielo y el resultado, mas allá de la ciencia, se convierte en el majestuoso movimiento que nos brindan las semillas del árbol de caoba: un helicóptero natural. Más allá de la pirotecnia y los artilugios folklóricos, en algún momento de nuestra vida nos llega a nuestras manos una chichigua. Recuerdo que la mía era de bambú, papel encerado e hilo de cáñamo. Imagine a un niño de unos 10 años, sobre una meseta en una “montaña”: en nuestra finca, mis chichiguas llegaban hasta donde llegaba el cono de hilo de cañamo (lo cierto es que se veían pequeñitas).
Pero, todo en la vida cambia y ayer en la tarde, mi sobrinita llegó a la casa, y luego de casi matarme del corazón (de un susto, al entrar gritando) me dijo que su papá le había comprado una chichigua y que revisara si estaba bien armada. Lo primero que noté era que estaba bien equilibrada (buenas costuras), pero no tenía nada de peso en la cola. Fue entonces cuando mi cuñado me dijo lo que había costado (RD$99.00: la más barata), y me dijo que era algo para jugar ella (9 años). Hice mi revisión oficial de vuelo en el patio, logró planear unos 10 segundos… pero no había nada de viento. Pasamos a la fase dos: el frente de mi casa, que es bastante grande. Luego de ver a mi sobrinita por unos minutos supe que la inversión monetaria había sido justa, pues arrastró el pequeño artilugio por varios metros de la grama… por suerte, no la rompió. Ahí entró en juego mi sobrino mayor (su hermano), tuvo unos cuantos intentos fallidos, pues ninguno de los dos sabía lo que hacía, mientras mi cuñado se reía de ellos.
El problema, no era un juego de niños, los cuatro edificios que están a los lados y al frente de mi casa generan un “vacío”, dejando solo los vientos del Sureste que entran por el patio y por encima de mi casa. ¿Cómo lo sé? 10 minutos de ensayo/error, una pequeña piedra amarrada en la cola y la condenada chichigua alcanzó unos dos pisos de altura… pero no había viento constante. Y la muchachita (chiquita y peligrosa) tenía los ojos aguados porque no veía que su juguete alzara vuelo. Recuerdan los golpes y heridas de los que me quejé al inicio… a mí me pagan por solucionar problemas de otros: esa es mi vida.
Puse a mis sobrinos a unos 15 metros de mi, solté unos 25 metros de hilo en el suelo y halé ese nylon lo más metódicamente posible: el primer vuelo meritorio solo duró un minuto y algo, pero los “cabezoncitos” (sobrinos) estaban maravillados… hasta que la condenada chichigua se me engancho en el cogollo del pino. La muchachita se puso histérica, pues había “perdido” su juego. Para colmo, su papá (que solo hizo 2 intentos fallidos de despegue), se puso a decirle que ahí arriba la podría ver todos los días… ahí entra en juego el tubo de pvc que recordé que tenía en el patio: Un par de golpes, un par de jalones, y… “PRA”, algo se rompió mientras jalaba. Ahí fue que la muchachita se le salieron las lágrimas; sin embargo, la tranquilicé diciéndole que había sido una ramita del pino (era la verdad, creo), y mi cuñado diciéndoles: “ahora si que no va a volar”. Yo tenía los ojos aguados de la risa. Y entonces, la chichigua tocó suelo: sana y salva.
Las primeras palabras de mi sobrinita fueron: “yo quiero volarla”. Así que, ni modo, tomé la chichiguita, le dí un impulso a unos cinco metros de altura, solté el nylon y le dije a ella que halara y corriera… ella corrió, pero miraba todo menos la chichigua: voló unos 15 segundos y terminó en el suelo (pero, ella estaba feliz, ya que ella sola había volado la chichigua). En el segundo intento de este método fue que casi me maté y quedé “ensartado” en unos arbustos secos… duré varios minutos desenredando hilo… pero la carajita estaba contenta. Y nada, pequeños momentos de la vida por los que vale la pena escribir.
P.d. Debería comprarme una chichigua para competir… jajajaja. La verdad es, que yo gocé más que ellos.