22 sept 2012

Las palabras, el tiempo… y las oportunidades.



Son tres cosas de la vida que nunca volverán. Desde pequeño, se me permitió expresarme libremente. Bueno, era un carajito jodón que inventaba mucho, y como era el más pequeño de la casa y el único varón, era la novedad educacional de la familia (quienes “trataban” de controlarme); y sí, lo reconozco, he sido difícil de controlar.

Siempre le digo a las personas que busquen un sentido a su vida, es lo que hago cada día. Los seres humanos no somos simples eslabones evolutivos encerrados en una burbuja de gas y cumpliendo un ciclo de vida. Somos unos animalitos bastante interesantes, al menos, comparados con una roca “espacial” (salvo que sea de un mineral nuevo…:)). Nosotros, somos un resultado de experiencias, aptitudes y actitudes que se conjugan a través del tiempo; de ahí, que cada vida sea única e invaluable.

Las palabras… a veces sobran; otras, marcan la total diferencia. Sin comunicación, no existe nada en la vida, en ninguna de sus formas. Pero, poco importa el idioma o el dialecto al momento de expresarnos: de expresar lo que en verdad sentimos o pensamos. Hay tanto por aprender y por enseñar, que nunca nos alcanzará el tiempo para concebir la comprensión absoluta de nuestra existencia terrenal. Quienes me conocen, saben que puedo hablar o callar durante horas; pero, a la hora de escuchar y responder, siempre trato de buscar las palabras precisas. A veces, las personas solo desean ser escuchadas, sentir que ahí afuera, en algún lugar hay alguien a quien le importan… y es ahí, donde las palabras juegan su rol: un simple gesto, un solo: “hola”, puede cambiar toda una vida. Por eso, siempre trato de estar ahí, en el momento oportuno.

El tiempo… nuestro mejor aliado y nuestro más mortal enemigo. Nos lleva por un camino desconocido al cual llamamos vida, y nos muestra sus atributos y sus pesares. Siempre habrá un mañana, para lo que hagamos el día de hoy. El tiempo que he vivido, siempre lo he considerado “tiempo extra”: nunca me he roto un hueso; pero, literalmente, he caminado por el infierno, y he vuelto… por los míos. Siempre bromeo con que no hay parte de mi cuerpo que no haya recibido alguna herida o golpe; pero, estoy entero y en salud, eso es lo único que importa. Con el paso del tiempo, me di cuenta de que aprender tanta “basura” era algo útil si mezclaba las ciencias con el arte y los oficios… de qué vale estudiar civilizaciones si no comprendes la tuya. Por cierto, esto nos lleva a las “oportunidades”.

Las oportunidades… bueno, son la esencia de la vida. Forjan el camino que tomamos, las puertas que abrimos, o las que cerramos. Son esos pequeños momentos de duda o decisión los que nos hacen ser las personas que somos. Siempre me preguntan por qué elegí ser abogado y no ingeniero (construyo casi de todo) o médico (me encanta “reparar” personas). Al principio pensaba que era por mi ego juvenil (Fran el todopoderoso, omnisciente e invencible); después, pensé que era por la sed de conocimiento (soy adicto a aprender… aunque, prefiero la “basura práctica”); pero, luego, con el paso de los años, comprendí que lo hice, sencillamente, por la falta de monotonía. Por esa libertad intrínseca, el cambio de escenarios, y el sin fin de posibilidades y combinaciones fácticas. Bueno, sumándole que me encanta el pleito y la Justicia.

Hace un tiempo, pensaba en las oportunidades de la vida: estoy completamente seguro de que tomé las indicadas. Lo demás… es solo historia. :)