Ya estamos en la época navideña: hace el típico “friíto” navideño. Está claro de que los dominicanos si pudiéramos vivir en fiesta los 365 días del año, lo haríamos. Eso lo heredamos de la cultura española. Conozco personas que dejan su árbol navideño y sus cuchumil adornos durante muchos meses. Pero, eso antes no era así.
Cuando yo era un niño-adolescente, el “arbolito” era un árbol natural. Sí, un pequeño pino o un ramo frondoso y resistente que durara un tiempo más o menos razonable. Bueno, lo cierto es que para el Día de Reyes, el condenado siempre estaba amarillo y se caía a pedazos. Recuerde, le estoy hablando de un par de décadas atrás: no había arbolitos chinos por pipá (cantidades industriales) como estamos acostumbrados hoy en día. Bueno, la travesía comenzaba con ir a la finca de un amigo de mi papá, este loco tenía mas pinos que una reserva ecológica y siempre le regalaba a mi papá un pequeño árbol de pino, o en su defecto, una rama gruesa que sirviera a tales fines. El asunto comenzaba con la elección y el “corte” del condenadito pino (daba piquiña). Siempre recuerdo al “moreno”, un hombre alegre (y que le faltaban un par de dientes); él cuidaba esa finca y tenía un colín (machete) que parecía un sable japonés. Al parecer el condenado desconocía el hacha, pero cortaba el arbolito de pocos golpes. Una vez cortado el “Sanbolito” (Santa Cló dejaba los regalos debajo), teníamos que montarlo en la camioneta y rezar porque no se “desconchinflara” (destrucción total). Una vez en la casa comenzaba la “pelea”: había que emburujarse con el pino, desamarrarlo y ponerlo en un tarro lleno de piedras, arena y agua, para que se mantuviera perfectamente nivelado. Recuerdo que con el paso de los años, casi me partía la columna cargándolo, y siempre había que cortarle un pedazo, porque llegaba al techo. No lo niego, llegué a romperle un par de ramas… solo había que darle la vuelta.
Recuerdo que en aquellos años las bolas eran de cristal, y explotaban bien chulo… sí, aún recuerdo las heridas. Las luces eran de muchos colores: rojo, azul, verde, amarillo y mamey (naranja). Soy el encargado de las luces navideñas desde que era un niño y no recuerdo una sola Navidad en que todas las extensiones que usamos funcionaran: siempre hay una que da la brega del año. Recuerdo los corrientazos que me he dado por algún cablecito pelado o bombillo roto. En aquella época, los arbolitos se decoraban con pequeños regalos coloridos, imitación de nieve, campanas, ángeles, el nacimiento y la estrella. Recuerdo la escarcha dorada, roja y blanca de las bolas, etc. Lo gracioso es que el olor a pino siempre queda en la memoria. Basta decir, que con el paso de los años fueron y vinieron formas y colores, pero el espíritu siempre ha sido el mismo.
Y así como todo en la vida: los tiempos cambian, y gracias a los chinos desde hace más de 15 años tenemos disponibles el arbolito artificial. Antes de eso existían, pero costaban un ojo de la cara y eran más inflamables que la gasolina. Uno pensaría que esto ha revolucionado este clásico navideño de buscar, cortar, cargar e instalar esta pieza de espíritu navideño. Bueno, en parte, solo hay que cambiar lo de “cortar” por “pegar”. Me explico: La selección es sencilla: “Fran busca el arbolito en el “cuartico””. A modo de ilustración: el “cuartico” es el cuarto de servicio (que no se usa), y que tiene una tres o cuatro toneladas de cajas, libros, herramientas, alfombras, muebles, y en fin, todo lo que dentro de una casa estorba durante el año y se “guarda” esta ahí… lo gracioso es que el arbolito SIEMPRE queda debajo de todo eso, por lo que hay que hacer una excursión de unas 2 o 3 horas para llegar a él y juntar sus partes.
Una vez realizada la extracción dentro de esta zona de la jungla urbana, hay que revisar que el “sanbolito” esté completo y rogarle a Dios porque una de esas cajas o herramientas no lo haya roto. Tomemos una pausa: en este punto exacto es que aplica el único cambio de la rutina del arbolito a través del tiempo: El arbolito ya no se “corta”… si se le rompió un rama hay que “pegarla”…el lío es que el plástico es de alta densidad y pesado, pero eso es otra historia. Una vez revisada la estructura del arbolito, uno procede a “echarse al hombro” (cargar) las partes para proceder a armarlo en la Sala. Una vez abiertos los ramos, uno advierte de que igual que con su predecesor natural a éste se le caen algunos filamentos, frutos de la tortura del tiempo… y que igual topa el techo, por lo que la “estrella”, debe entrar a “presión”. Ya las luces son de un solo tono, aunque cada año hay nuevas tendencias. Las puede tener fijas o parpadeantes, con música o sin música. Hay miles de tipos de adornos dependiendo el gusto. Sin embargo, hay que dar gracias a Dios, porque las bolas son plásticas, igual que los demás adornos, salvo que el arbolito coja fuego porque algún jodido “bombillito” roto hizo tierra con alguna parte metálica... en este caso quizás pierda su casa. Lo más gracioso es que las condenadas extensiones de luces siguen dando los mismos corrientazos a través de los años: 110 voltios… no sé para qué tienen fusibles.
En fin, el árbol de navidad es un clásico. No por la brega que da instalarlo sino por los gratos recuerdos que trae. Esa magia que acompaña a la familia durante esta época. No importa el tamaño, el color o la forma. Este símbolo, no tiene un significado basado en su origen, sino, más bien, en que evoca el espíritu mismo de la navidad: la familia. Quizás de ahí es que siempre necesite de un Nacimiento que adorne su base para completar el concepto (la natividad del Señor). Son tantos los recuerdos que tengo junto a tantos árboles tan distintos y tan similares que quizás solo merezcan ser recordados como lo que son: un clásico de navidad.
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