Con el paso de
los años, los hombres aprendemos a controlar a este animal “indomable” que
llevamos dentro. Nos acostumbramos al torrente de adrenalina, a las hormonas y
empezamos a comprender las cosas de un modo distinto. La vida, nos lleva a
comprender que el yo (egoísmo) solo es una parte de la realidad existente. Ya
se estará preguntando sobre qué tiene que ver esto con la tsuba (guarda del
sable japonés). A ver:
Años atrás, comencé
a estudiar las técnicas “milenarias” de tallado de madera en Tailandia (se dice
que fueron llevadas de China… pero esa es otra historia). Ellos, son verdaderos
maestros del tallado respecto a la simple complejidad de sus técnicas. Son hombres y
mujeres que dedican su vida a crear intrincados murales y esculturas asombrosas; y para ello, solo emplean un pedazo ordinario de madera o martillo de
carpintería, y unas tres o cuatro gubias rudimentarias. Todo arte, necesita: dedicación, respeto y paciencia. Fue así, como
luego de algunas centurias de depender de un tosco pedazo de metal filoso,
cuando los primeros samurai (“servidores”, Japón) comprendieron que aquel
metal era algo más que una herramienta de guerra.
Si bien era una
casta guerrera, los horrores de la muerte (y su falta de “vida”) terminaron por
perseguir a muchos de ellos (bueno, de eso sufren muchos veteranos de guerra),
quienes optaron por cambiar su naturaleza “agresiva” por una más respetable y
tranquila (moralmente hablando); En esencia, forjaron una vida, en la cual su
dedicación se viera reflejada en su obra. Fue así, como surgieron los
“maestros”: hombres (no conozco el caso de mujeres) que dedicaron su vida a
perfeccionar un aspecto específico dentro de un determinado arte del combate.
Así surgieron los maestros en artes marciales; los forjadores de “katanas”; los
“afiladores”; y, aquellos a quienes se les encargada crear la “guarda” del
sable (tsuba), o una determinada decoración en la hoja que identificara una
era, un suceso o a su portador (en esencia, una firma).
Fue así, como “máquinas”
de la muerte, pasaron a crear el verdadero arte, y a crear vida (algunos se
dedicaron a criar kingyos (goldfish)). Muchas personas ven un daito (sable
largo) o un wakizashi (sable corto)… y ven un arma de guerra, algo malo. La
verdad, es que son piezas de arte, que por encima de un filo (naturaleza)
llevan intrínsecamente la dedicación de uno o muchos hombres trabajando en su
conjunto parar generar paz y armonía: equilibrio. Poco importa que el daito sea
incómodo, ligero o pesado. Al examinar la pieza en su conjunto de partes nos
encontramos con simetría y equilibrio…en esencia, perfección. Las personas
siempre han admirado el legendario filo de los sables, ignorando esa pequeña
pieza funcional que marca la diferencia en el combate y sin la cual, dicho
sable es solo un cuchillo grande… siempre digo que: en los pequeños detalles es que están las cosas verdaderamente
importantes.
Si alguna vez,
llegas a empuñar una espada, que sea solo para admirarla, mantenerla, repararla
o “equilibrarla”… el filo, solo se usa como prueba de la dedicación puesta en
esa obra de arte; y, en la manifestación de lo que somos a través del rígido
metal. La tsuba encierra la función más noble: proteger y equilibrar. Sin
embargo, cada pieza cumple su función específica y la verdadera perfección solo
se logra cuanto todo el conjunto se desarrolla en armonía. La verdadera perfección no está en el objeto, sino en la dedicación
necesaria para convertirlo en lo que verdaderamente es: una expresión de
nuestra alma.
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