Lo siento, no me
refiero a la marca (Mitsubishi); me refiero: a una gata. Toda la historia
comenzó como un reto cotidiano más: a mi casa, llegó una gata (de algún apartamento vecino), que se acostaba
sobre mi carro y en la alfombra de la entrada. Lo penoso del
caso es que, tenía un collar que le apretaba bastante el cuello, y la estaba
lastimando; quizás, por eso estaba tan flaca. Digamos que mi casa es un lugar
predilecto por los gatos… y he tenido tres experiencias gatunas (gatos de medio tiempo. Bueno, al margen de que me ensucian todas las paredes con
sus patas, defecan en la grama y los he encontrado hasta en el motor de mi
carro. Nota, una vez saqué 4 gatitos de ahí). En fin, me
propuse quitarle el collar.
A diferencia de
un perro, es fácil saber cuando un gato va a atacar (dilatación de pupilas,
postura, etc.); pero, eso era irrelevante, ya que si ella me veía a menos de dos
metros: corría como loca. Usted dirá que era una tontería y una pérdida de
tiempo; pero, alguien debía hacer algo. Así que cada día, al salir a buscar los
periódicos, trataba de acercarme a ella… sobraría decir que en mi vida había
visto un animal tan arisco y desconfiado (no he conocido una mujer así…aún). Día
tras día, trataba de acercarme un poco, ya que la veía cada vez más flaca. Y, sin resultado alguno, al décimo día,
dejé de intentarlo. Le di un suspiro, y me limité a escuchar los pleitos con sus
“pretendientes”.
Pero, al día catorce,
salí a chequear la cisterna y para mi sorpresa “Michu” estaba recostada en un
pequeño muro de la entrada. Cuando me vio, se asustó; pero, al levantarse la
llamé suavemente: michu… michu… (Hey, eso funciona) y pude acercarme lo
suficiente para acariciar su cabeza, su cuello; y así: pude quitarle
el collar. Al
quitar el collar, encontré que se había oxidado en una argolla… no sé por qué la
gente le pone un collar apretado a ciertas mascotas. Un gato y un perro son
animales libres: no les ponga collar (salvo para salir a la calle). Bueno, un chip es peor, pero, al menos, deben comprar collares de calidad y que no lastimen al animal. Desde ese día, pude
apreciar la diferencia entre un animal casi asfixiado, y un animal libre. La
gata ha engordado, y ahora duerme frente a la cocina… y, si bien, no dice:
“Papá”, ya la he enseñado a decir muauá (casi habla, bueno, cuando tiene
hambre).
Y nada, toda
esta tontería es solo, para recordar la diferencia entre intentar lo imposible y ser persistente. Al menos, ella no se ha comido mis peces (los he tapado a casi todos)… aunque, a veces, me
espanta su sigilo (se me cruza entre los pies, cuando alimento los peces). En fin, es la historia de michu, mi primera experiencia gatuna de tipo femenino (nota: en teoría, las gatas, nunca abandonan su hogar; a diferencia, de los machos) Esta gata, digamos, que es: la excepción a la regla.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario