No, no se trata de “Sueños Rotos”, ni de la “Quinta Estación” (Hola Natalia); se trata de los pequeños momentos que compartimos con alguien, digamos: “especial”. Momentos, en los que llegamos a pensar que debemos aprender todo de nuevo. Este post debe ser el último de la serie, así que trataré de sintetizar las ideas y sacarle alguna utilidad. La vida es un don, a veces lo olvidamos, así que haré una historia…
Un hombre y una mujer se sientan a hablar sobre la vida en una tarde cualquiera. Quizás cinco o seis minutos que durarán una eternidad, ¿quién sabe? El brindis, una taza de café, al gusto. El destino los ha unido por capricho y la vida les ha dado un camino a seguir. Él le brinda una sonrisa, y ella tras una risa burlona esconde la ansiedad de saber qué sucederá. Así nace el amor en una tarde cualquiera, tan sencillo como una mirada, y tan complejo como un sentimiento. Solo se necesita un momento para cambiar toda una vida, pues para sentir: no hay reglas.
“No puedo creer que estemos aquí”, dice ella. Y él le contesta: “la vida lo ha querido así”. Ambos se habían conocido años atrás en circunstancias, digamos “confusas”; y al parecer, habían sucedido situaciones de las cuales no se había escrito. “Te traje lo que me pediste”, le dice él a ella. Era un pequeño relicario de plata con forma de corazón. Dentro de éste, habían dos fotos desteñidas por el tiempo de dos (tontos) jovencitos… eran ellos.
“Hace más de veinte años que no veía esas fotos”, le dijo ella. Él había buscado ese relicario durante más de veinte años y al fin lo había encontrado. Con una sonrisa y brillo en los ojos, él le dijo: “Cuando me casé contigo, aparte de amarte y respetarte durante toda mi vida, juré buscarte ese pequeño relicario; no por su valor, sino por el significado que tiene para nosotros”. Aquel relicario se había perdido en las arenas del tiempo, pues había sido “robado”. Pero no había sido olvidado, pues fue la primera prueba de amor que él le obsequió a ella mucho tiempo atrás.
Aquella tarde pasaron el momento juntos, solo ellos dos, pues sus hijos estaban en casa de sus abuelos. Ese día, con su mujer en sus brazos, él se dio cuenta que las promesas pesan más en la vida que los propios recuerdos. Aquellos que aman pueden darlo todo sin perder nada; pero solo aquellos que aprenden a dominar sus sentimientos, llegan a comprender la simple complejidad del amor.
P.D. Por cierto, la tasa de café solo era una excusa para pasar el momento juntos. Con este post terminaron los post del mes del amor (febrero) y ya retomo mi rotación habitual (ciencia y tecnología)... dentro de las medidas de las posibilidades.
Un hombre y una mujer se sientan a hablar sobre la vida en una tarde cualquiera. Quizás cinco o seis minutos que durarán una eternidad, ¿quién sabe? El brindis, una taza de café, al gusto. El destino los ha unido por capricho y la vida les ha dado un camino a seguir. Él le brinda una sonrisa, y ella tras una risa burlona esconde la ansiedad de saber qué sucederá. Así nace el amor en una tarde cualquiera, tan sencillo como una mirada, y tan complejo como un sentimiento. Solo se necesita un momento para cambiar toda una vida, pues para sentir: no hay reglas.
“No puedo creer que estemos aquí”, dice ella. Y él le contesta: “la vida lo ha querido así”. Ambos se habían conocido años atrás en circunstancias, digamos “confusas”; y al parecer, habían sucedido situaciones de las cuales no se había escrito. “Te traje lo que me pediste”, le dice él a ella. Era un pequeño relicario de plata con forma de corazón. Dentro de éste, habían dos fotos desteñidas por el tiempo de dos (tontos) jovencitos… eran ellos.
“Hace más de veinte años que no veía esas fotos”, le dijo ella. Él había buscado ese relicario durante más de veinte años y al fin lo había encontrado. Con una sonrisa y brillo en los ojos, él le dijo: “Cuando me casé contigo, aparte de amarte y respetarte durante toda mi vida, juré buscarte ese pequeño relicario; no por su valor, sino por el significado que tiene para nosotros”. Aquel relicario se había perdido en las arenas del tiempo, pues había sido “robado”. Pero no había sido olvidado, pues fue la primera prueba de amor que él le obsequió a ella mucho tiempo atrás.
Aquella tarde pasaron el momento juntos, solo ellos dos, pues sus hijos estaban en casa de sus abuelos. Ese día, con su mujer en sus brazos, él se dio cuenta que las promesas pesan más en la vida que los propios recuerdos. Aquellos que aman pueden darlo todo sin perder nada; pero solo aquellos que aprenden a dominar sus sentimientos, llegan a comprender la simple complejidad del amor.
P.D. Por cierto, la tasa de café solo era una excusa para pasar el momento juntos. Con este post terminaron los post del mes del amor (febrero) y ya retomo mi rotación habitual (ciencia y tecnología)... dentro de las medidas de las posibilidades.
5 comentarios:
simplemente cada dia me sorprendes mas... un cariñoso saludo.
Pilar,
Hola Pilar.
El cafe siempre es una buena excusa Fran. Un saludo desde Puerto Rico y ya regresare a leer tus "posts" habituales de ciencia y tecnologia pero acuerdate que Mayo tiene el mes de la madre y a ellas tambien les puedes escribir alguito de amor.
Hola LIL. Jajaja... lo recuerdo :)
Hola Fran!!!!
Awww... eres un romantico...:)
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