He elegido hoy
esta imagen de Ty Newcomb (@eye.of.ty) denominada: “Luz de vida”, por una
simple razón: Toda vida, ilumina con su propia luz. ¿Quiere saber qué significa
esto? Que no hay que competir, para ser valioso/a.
Sí, los seres
vivos tenemos la palabra “competencia” escrita en nuestro
adn por todos lados. Sin embargo, no creo que haya un animal más indefenso al
nacer, que un ser humano. Si no fuera por ese deseo, hasta de respirar, que
tenemos: moriríamos más rápido de lo que nacemos. Gateamos, caminamos, corremos, bailamos, reímos, amamos, sufrimos, lloramos; pero, en medio de todo
ese camino: lo que somos, no se define por nuestros instintos; sino, por
nuestras acciones.
Hay quienes
dicen que los deseos (ideas, pensamientos, aspiraciones) no importan si no las
llevas a la práctica. Sin embargo, si no tienes clara esa “teoría”, toda
práctica se vuelve “instinto”. Y si el instinto fuera infalible: no hubiera
evolucionado la razón. Sin embargo, la pregunta es: ¿En verdad competimos? O,
tan solo buscamos sobrevivir. Hay una diferencia abismal entre dos corredores
que quieren ganar un premio (reconocimiento) y una orquídea exótica que florece
exclusivamente en una época del año para transportar su polen a otra planta de su misma especie
(sobrevivir).
Quizás, la grandeza de una persona no se encuentra en cuántos obstáculos ha
vencido; sino, en a cuántas personas ha ayudado a vencer esos obstáculos. Las mayores
sociedades modernas te dicen: para llegar a la cima, debes olvidarte de todos y
seguir hasta la meta. Aunque le sorprenda, la técnica si funciona: usted será la
persona miserable más rica que pueda imaginar; incluso, hasta puede comprar
amigos/amigas, amantes y bienes. Pero, habrá un hueco en su ser que no lo
llenará nada. ¿Recuerda a las personas a las que les dio la espalda para llegar ahí; ¿A cuántos/as afectaron sus decisiones? ¿Los que quedaron atrás?
Ese, es el verdadero problema de competir en la vida: te quedas solo o sola. La vida, no es una
meta. Son todas las circunstancias y oportunidades que tomaste o dejaste para
llegar hasta el final. ¿Qué hubiese pasado si en vez de ganar 10, te hubieras
conformado con 5? ¿Si hubieras escuchado el consejo de tus amigos/as, además de
a tu “infalible” instinto? ¿Si les hubieras demostrado humildad a las personas, antes que
riqueza y gloria?
A eso, me refiero con luz propia, al valor que cada circunstancia y
oportunidad tiene en nuestra vida, frente a las decisiones que tomamos. No es
saltar de un avión sin un paracaídas; es, saber que puedes saltar, a sabiendas de
que una o varias personas se asegurarán, con su propia vida, de que llegues al suelo sano (o, sana)
y salvo (o, salva). El reto no es llegar
a la cima, es llevar contigo la mayor cantidad de buenos recuerdos y de personas que puedas. Si tan solo cambias una sola vida, a algo
mejor: no habrás vivido en vano. Esa, es la única luz que cuenta. No la de una
iglesia (tributo), ni la una sociedad (fama); sino, la de hacer el bien, sin
esperar nada a cambio.
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